1985 y La Hermandad de los Astronautas: dos puertas para el no olvido

El libro de Gil Lavedra da otro complemento de divulgación a uno de los pocos hechos de reparación histórica de la democracia.

La Hermandad de los Astronautas es un libro que tranquilamente convive con la misión divulgadora para las nuevas generaciones que propuso la exitosa la película 1985. El que quiera encontrar grietas siempre estará atento a lo que le podría faltar a cada historia, como si hubiera una receta para alcanzar la síntesis del pasado.

Ricardo Gil Lavedra fue uno de esos “héroes” junto a otros cinco camaristas (Andrés D’alessio, León Arslanian, Jorge Torlasco, Jorge Valerga Aráoz y Guillermo Ledesma) que bajo presiones y sintiendo miedos lógicos  plasmaron una hoja de recuadro de honor, que con casi 40 años de democracia resultó ser un acto constitutivo y lamentablemente excepcional.

El libro se llama así por una metáfora que se le ocurrió a Torlasco. “Siempre nos repetía que éramos como un grupo de astronautas. Afuera volaban meteoritos, había escándalos, pero nosotros teníamos que mantenernos concentrados, como los astronautas, que se fijan un objetivo”, recordó en la presenrtación el autor.

El actual titular del Colegio Público de Abogados sumerge al lector a una pincelada de época que hace tomar conciencia de la tarea ciclópea en la que se embarcaron a fuerza de empecinamiento, audacia y mucha resistencia a las presiones del autoritarismo.

A diferencia de la película protagonizada por Ricardo Darín, este libro hace enfoque en quienes dictaron la sentencia a los genocidas de la Junta Militar, dejando al costado a la justicia castrense que buscaba la impunidad. Al fiscal Carlos Strassera también lo pondera este libro como un actor insustituible del juicio, quien con una narrativa de cierre extraordinaria le dio el sentido final al todo.

El trabajo de recopilación del Juicio está retroalimentado por un sabroso anecdotario de cómo era la convivencia de los Camaristas hermanados de lo que parecía una verdadera locura, en plena transición democrática.

De cómo tuvieron que buscar auxiliares, para sistematizar los miles de kilos de expedientes, ( muchos de esas  pruebas llegando desde el exterior y viajando en un container), repiqueteos frenéticos en maquinas de escribir, a cinco años de la explosión de la Internet . Se utilizaban carbónicos para hacer copias. Los magistrados debieron contar con ayudas de colegas que hacían sus primeros pasos en la carrera como por ejemplo Carlos Beraldi, actual defensor de Cristina.

Entre testimonios desgarradores de las víctimas , los jueces se daban momentos de respiro para rendijas de sentido del humor. Entre papelitos que pasaban de mano en mano se iba campeando el dolor en las jornadas repletas de humo y lágrimas. El impacto que generó en la audiencia , el día que asistió el escritor Jorge luis Borges, es otro momento único. Borges terminó sintetizando  todo en una palabra: “horror”.

 

 

Otro ejemplo de la densidad de las jornadas del Juicio , es el dato que a todos los jueces   les dieron , ademas de un grupo de custodios , armas para que llevaran consigo en caso de una emergencia por posibles atentados.

Gil Lavedra fue el nexo con el periodismo nacional e internacional que copaba la cobertura en los tribunales de Talcahuano, haciendo reuniones orientativas y off the récord de la marcha del Juicio. Se juraron, y cumplieron hasta el final del Juicio, que nadie haría declaraciones públicas para evitar el desmadre informativo. El propio autor razona que eso hoy seria imposible ante fenómenos como las redes sociales y hasta impropio.

Raúl Ricardo Alfonsín aparece destacado como un factótum de la voluntad política de llevar adelante dicha proeza . El camino y las convicciones tuvieron grises y fuertes discusiones internas como la que una vez planteado el Nunca Mas , los radicales,  que gobernaron en circunstancias de mucha debilidad, comenzaron  a transpirar  la gota gorda por los primeros planteos militares.

Un César Jarolavsky que enojado con los jueces les llegó a decir ¿ustedes qué se creen?, ¿se desayunan en bronce? cuando estalló el levantamiento de Semana Santa.

Tuvieron muy pocos crédulos sobre el resultado que la justicia  podía alcanzar ante el poder militar. Muchos, inclusive colegas , les tiraban palabras de desaliento.

Lloraron en silencio dentro de sus despachos . Debieron saludar en pasillo a represores que se presentaban como hombres de honor . Discutieron con fervor sobre monto de penas y la degradación del status militar de los represores. Lavedra recuerda vivencias personales  como liceista. Días en los que superiores militares podían denigrar a sus subalternos por cuestiones pueriles.

Los Hermanos Astronautas bebieron y bailaron la noche del 9 de diciembre de 1985 , en la casa de Ricardo. Reuniones que se hicieron costumbre para siempre recordar la epopeya , inclusive una muy especial donde invitaron a un Alfonsín ya deteriorado en su salud. Fue una despedida sin saberlo ya que que un año después fallecería el Padre de la democracia.

El libro está escrito con rigor pero a la vez transpira humanismo , valiéndose de una narrativa atrapante. Sin duda, la pareja del Constitucionalista, Claudia Piñeiro, empujó con lo suyo en el resultado final.

Una yapa que pocos conocen. La que cuenta como los “Astronautas” se las ingeniaron para trasladar a Oslo, Noruega , una copia de la 530 horas filmadas del juicio, registrado por las cámaras del entonces ATC, en  el formato U-Matic, convertido a VHS, para reposar en el Parlamento noruego.

Horacio Caride