Adiós Maradona: un cometa galáctico que enmudeció al país

Al conocerse la noticia hubo un duelo nacional de hecho. Las calles se parecieron a una postal de soledad y respetuoso silencio.

Maradona no es una persona cualquiera, es un hombre pegado a una pelota de cuero“, dijo Andrés Calamaro.

En el año de la pandemia, con la desolación y temor aun instalado entre los argentinos, solo una noticia podía enmudecer a la peste.  De repente se hizo silencio en las calles. Miradas cabizbajas. ¿Será cierto lo que dijeron en la radio? Jefes de estado, estrellas de rock, gurúes de la informática, cabuleros, estafados y estafadores; todos en el mismo fango se sintieron como parte de una misma religión. Adiós al Dios.

Maradona fue la vacuna para disimular muchas tristezas de la historia nacional. La política lo usó y él también se dejó usar. Fue la cara de una campaña antidroga: Sol Sin Drogas, abrazó a Fidel como un nuevo Che sin la ametralladora pero con una lengua de karateka mortal. El Maradona venalmente político ganó detractores.

Maradona no fue un buen ejemplo afuera de una cancha. Su vida de película no tuvo un editor que lo salvara de aquellas escenas olvidables. Fangio siempre fue el adjetivo a seguir para la generación anterior, aunque ese héroe de pantalones blancos con la velocidad de rayo, en Balcarce, también tuvo secretos en el placard.

El Negro Fontanarrosa saldaba esa dicotomía con maestría: “La verdad es que poco me importa que hizo Maradona con su vida, si me importa que hizo con la mía”.

En el 79, Diego nos hizo madrugar de chiquitos para descubrir que en un país lejano, llamado Japón se podía bailar tango o hacer bailar a los demás con su gambeta endemoniada. La inocencia todavía reinaba entre nosotros embanderados con los colores de una patria ensangrentada entre desaparecidos y una monstruosa deuda externa.

Su matrimonio con la selección no cesaría como el gran líder dentro y fuera de la cancha. España sería solo un paréntesis con un Menotti que no pudo conjugar el trasvasamiento generacional de un equipo de estrellas. Los Pibes de Malvinas seguían luchando solos en unas Islas perdida.

La vacuna Maradona, como el juego que moviliza pasiones, sirvió para anestesiar o desviar tensiones sociales. Su nombre fue adjetivo de magia pero también de polémicas permanentes, una argentinidad al palo. “La tenés adentro”, “se le escapó la tortuga”, un festival de títulos que ni al mejor Ricardo García se les hubieran ocurrido.

En el 86 llegaría la consagración con el equipo del Narigón. La resucitada democracia de Alfonsín le brindó un balcón de pueblo genuino. La inocencia se había perdido pero soñamos que esos dos goles a los ingleses tenían un espíritu con sabor a revancha.

Los 90, entre corrupción y frivolidad menemista, la canción mas bonita de un mundial (Italia) fue una guirnalda en para un subcampeonato montado en una pierna y con la bronca de insultar, en esa final perdida,  a los tifosi que abuchearon el “Oíd Mortales”.

El Mundial de EEUU tuvo las dos imágenes del genio: el gol gritado como un orgasmo a cámara a los hinchas del mundo y la enfermera que lo estaba esperando para desnudar sus miserias. “Me cortaron las piernas”, le dijo a un Paenza que ese instante no supo sumar ni restar.

Las emociones no se explican ni se racionalizan. Hoy hubo nudos en las gargantas, y el chiquito con la remera de Messi supo comprender un poco a su viejo triste, un vintage de amor.