Pato o gallareta: una elección decisiva en la anatomía de la calidad democrática

Alberto está despidiéndose del poder de forma espectral. Ahora es el gobierno de Massa y Cristina. Se juega la economía pero también el tipo de calidad democrática en el cambio de época.

En el campo es un dicho muy popular. “Pato o gallareta” es una suerte de conformismo de lo inevitable del destino. Algo saldrá de todo este despelote. Cualquiera sea el resultado, la democracia deberá aceptarlo. El asunto es a qué costo.

El sistema político, con su profunda grieta, sabe que el verdadero efecto de lo hasta aquí desconocido es un nuevo fenómeno llamado Javier Milei. Si se mete en una segunda vuelta, nada será igual en cuanto a las reglas conocidas. Su incursión en la discusión de las primeras ligas de la representación electoral ubica a la moderación política como una verdadera rareza.

Su éxito puede marcar a fuego la re composición sobre la calidad del debate democrático planteado desde el 83 en adelante, como un modelo de tolerancia a la alternativa del totalitarismo. Se dirá: ¿qué importa la convivencia en las diferencias ante una remarcada desigualdad social a la entrada de los 40 años de democracia?

En la difícil y elogiada transición democrática española, el entones presidente, Adolfo Suárez, terminó su mandato resistiendo una intentona golpista como fue el “Tejerazo”. Los revisionistas lo caracterizan como un hombre de la medianía que supo engrandecerse en momentos críticos  asumiendo su rol de presidente de la transición del franquismo al respeto de las instituciones de la democracias liberales Arrancó con el tan comentado Pacto de la Moncloa, un acuerdo  de coincidencias básicas con otras fuerzas políticas, en medio de un vendaval de problemas económicos y de  una violencia política desquiciada.

Suárez hizo de su renuncia, una pieza de oratoria histórica en su mensaje a los españoles, cuando da un paso al costado para priorizar la cohesión del país ante el dilema de la desintegración de la República.

 “Me voy porque ya las palabras parecen no ser suficientes y es preciso demostrar con hechos lo que somos y lo que queremos”, expresó, y dio a entender que su salida era vital para garantizar el curso de la nueva etapa, al decir que “la continuidad de una obra exige un cambio de personas y yo no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España”. Claro que detrás de su figura ya se estaba preparando el líder socialista, Felipe Gonzáles.

 

 

Alberto nunca se auto percibió como un presidente débil de origen y de hecho . Quiso ser un estadista y se va despidiendo, en los últimos capítulos de la gira , como un cantante mediocre. El goteo de desesperanza carcome las estructuras de un sistema de metas mínimas de confianza, en un proceso electoral que parece estar a una distancia abismal de su consagracion. Detrás de Alberto sigue lo viejo. Ningún liderazgo nuevo vertebra algún tipo de entusiasmo en el votante.

Soñó, en sus últimos atisbos de presidente,  con ser el sepulturero del kirchnerismo y  la apertura de la renovación peronista. Al cementerio esta marchando pero como finado político mientras que Cristina se va a apagando pero no a la velocidad necesaria para el cambio que requiere la crisis.

Al pulso de un dólar desenfrenado, o precios intratables y una licuación de poder presidencial, el horizonte de cómo se llega a las elecciones presidenciales es tenebroso, como una parada de las mas criticas de todo el periodos democrático. Otras democracias tiene válvulas de escape desde el parlamentarismo con el voto de censura. Este presidente parece haber puesto al sistema presidencialista en su cara de mayor agonía.

Alfonsín debió atravesar los primeros pasos conviviendo con el poder fáctico de los militares , de una sociedad intolerante que se acomodaba a un nuevo modelo de convivencia. Alberto cierra la parábola, de los primeros 40 años,  con una de las peores devoluciones que pueden tener los políticos , un pueblo que se apresura como un pelotón de fusilamiento, con un sentimiento de venganza,  ante el fracaso explicito de toda una dirigencia.

Volviendo al español Suárez, el escritor Javier Cercas narra en su ultimo libro “Anatomía de un Instante” que ese presidente factótum de la transición ibérica, permaneció sentado en su banca mientras las balas de los golpistas zumbaban alrededor del hemiciclo  del parlamento español. Hay veces que los hombres comunes están llamados a se protagonistas importantes ante el llamado urgente de la historia.

Horacio Caride