Una mirada del 8M a través de Rosa de Lejos

Fue una telenovela de avanzada en los reclamos feministas. A principios de los 80, el personaje de Leonor Benedetto ponía en perspectiva otra mirada en una sociedad que era machista.

Los televisores eran todavía mayoría en blanco y negro pero se transmitía en color. ATC, así se llamaba la TV del Estado, se animaba, a través de la creadora Maria Herminia Avellaneda, a poner al aire una telenovela jugada para una época autoritaria y machista en serio.  Rosa de Lejos era otra grieta en el sistema opresivo, que daba oxígeno al igual que los pibes de pelo largo que marchaban a pasos firmes en el rock nacional.

Por eso, aunque era considerado género menor, la telenovela desde los mediodías, con mujeres atentas y los hombres que espiaban de a ratos por la cerradura, provocó un verdadero hito cultural.

Si estaban en casa,  ellas lloraban y se conmovían con una muchacha del interior del país, Rosa, que viaja a Buenos Aires para ayudar a su familia, primero trabajando como empleada doméstica.

Rosa se sentía una “extranjera” entre las luces de la gran ciudad al provenir de Santiago del Estero. Se fue a vivir a un conventillo de la Boca con su amiga Teresa (Betiana Blum). Allí conoció a Esteban Pasciarotti ( Juan Carlos Dual), un maestro que se enamora de ella, pero Rosa queda deslumbrada por la otra cara masculina,  Roberto Caride (Alarcón), un estudiante de medicina, de buena posición económica, con quien comienza una relación sentimental.

Roberto , cuando queda embarazada la abandona. Ella decide luchar , no rendirse y progresar. A tal punto , que estudia de costurera y en el transcurso de décadas posteriores se transforma en una exitosa modista.

La misma autora, hablaba de su creación como una “feminista intuitiva”. Para Leonor Benedetto fue un personaje consagratorio de 60 puntos de rating. Lo recordaba , además  diciendo: “requirió de mí que no me hiciera la sexy, que no me pintara el pelo de colorado y los labios de rojo. Lo celebré porque yo soy mucho más Rosa que una mujer fatal”.

Las charlas en el conventillo con la Tana, que representaba Mecha Ruiz, una suerte de madre adoptiva de Rosa, era imperdibles . Una inmigrante y una muchachita del interior soñando con forjarse un futuro.

Rosa llegó a la ciudad como iletrada. Le pedía al maestro (Dual) que le enseñara para progresar y salir del barrio. “Rosa Ramos no está vendida maestro, Rosa Ramos nació ayer”, recitaba a forma de alegato. No quería seguir siendo la “buena chica que cobraba barato”. La historia iba y venia en el recuerdo de la protagonista, con el hilo conductor de sus charlas con la psicoanalista.

El médico que la abandonó, quiere regresar y se encuentra con una mujer empoderada, autosuficiente, con una muy buena posición económica. El hijo de ambos, con 20 año , conocerá a su padre que le rebelará la verdad, del secreto de familia, así de un sopetón.

Vuelve la escena a Rosa con su psicoanalista que le pregunta : ¿a dónde cree que a llegado?, …”a que me respeten” dice sin dudar.  Insiste la profesional y que la quieran: ¿no le importa?… “que me quieran bien, sin”, contesta la heroína.

Rosa, para la época que transcurría la historia , era una excepción de una mujer todavía sumergida básicamente en tareas domesticas. Muy lejos de los tiempos actuales pero seguramente enarbolaría algunas de las consignas de los pañuelos verdes, en una sociedad enferma de femicidios y con asimetrías notorias como que las mujeres siguen sufriendo em mayor medida la brecha salarial y de empleo calificado.