Una partida de ajedrez, símbolo de la conflictiva relación entre Mauricio y Franco Macri

El padre del presidente no pudo soportar una derrota. Cuando fue electo presidente, dijo que se sentía orgulloso.

En el living de sillones y de muebles blancos, cada domingo, durante tres años, Franco Macri se sentaba a jugar ajedrez durante horas con su hijo Mauricio.

Se sentaban frente una mesa de vidrio trasparente, y antes del almuerzo el partido solía terminar. Franco llegaba a la mesa diciendo: “¡Este pendeco pelotudo no me va a ganar nunca!”. Una mañana, finalmente, el ahora presidente hizo jaque mate.

Su padre miró las piezas, despacio guardó una a una en una caja, dobló el tablero y colocó todo en el estante más alto de un armario al que tuvo que llegar en puntas de pie. Nunca más volvieron a jugar un partido.

La anécdota está contada, con lujo de detalles, en el El pibe, la biografía política de Mauricio Macri escrita por Gabriela Cerruti, la periodista lanzada a la política. Vale la pena releer ese capitulo para entender la relación que los unía.

Desde entonces, su padre se transformó en su enemigo público. “No tiene corazón para ser presidente“, llegó a decir Franco en una entrevista, mientras viajaba con Cristina Kirchner. El reencuentro llegó en 2015. En la primera vuelta de las elecciones, Franco asistió al búnker por primera vez. El 25 de octubre, en Costa Salguero, el hombre que no desempolvó las piezas de ajedrez, se emocionó. A los 85 años, le dijo que se sentía orgulloso de él.